miércoles, 19 de octubre de 2011

¡Bienvenida!


Hace ya unos días me encontré con un viejo conocido y al comentarle que iba a ser padre de nuevo me respondió, con cierto resquemor, "los ricos lo que queréis". En aquel momento no supe qué contestarle y me limité a esbozar una sonrisa educadamente falsa, pero mientras regresaba a mi casa le dí varias vueltas de tuerca al asunto y fui consciente de lo equivocado que estaba el andoba; también me di cuenta de por qué ya no frecuento ciertas amistades, tras lo cual sentí una extraña liberación. En nuestra apesebrada sociedad tener hijos se ha convertido en un rasgo propio del burgués de a pie, así es al menos como lo conciben muchas de las personas de nuestra generación. Hay un extenso catálogo de tópicos y de ideas absurdas acerca del significado de la paternidad, del mismo modo, todo hay que decirlo, que existe un considerable número de individuos que tienen una visión arcaica y trasnochada de la misma. Pero si hay algo que no se le puede achacar al mero hecho de tener hijos es precisamente un carácter burgués. No hay nada burgués en estar toda la noche en vela, ni en vivir en un carrusel de heces y pañales, ni en tener un horario que te impide estar en casa más allá de las 21:00 horas (salvo excepciones), ni en atender enfermedades, ni en tener unas vacaciones convencionales, ni en renunciar a tu tiempo libre y a muchas de las cosas que te gustan. Tener hijos no es de burgueses ni de ricos. Quien no comprenda que todo esto se hace única y exclusivamente por amor tiene un verdadero problema.

Nos hemos criado en un entorno que nos ha protegido y mimado en exceso, que nos ha hecho abominar de ciertas responsabilidades, abocándonos a un hedonismo militante que nos lleva a mirar por encima del hombro a quienes eligen salirse del camino. Hay gente que me mira extrañada cuando le digo que tengo dos hijos, tengo la sensación de que tengo que pedir perdón por haber elegido ser padre. Pero lo siento mucho, si hay algo de lo que me siento especialmente orgulloso es de mis hijos, son algo que no creo que guarde relación alguna con mi conciencia social ni con mi orientación política, y creedme si os digo que siento lástima por quienes se pierden algo tan maravilloso de manera voluntaria. No pretendo hacer un llamamiento en pro de la natalidad, que nadie se equivoque, me parece muy respetable quien decide no tener hijos, simplemente me llama la atención el por qué mi opción no es tan respetable, o al menos por qué a estas alturas (acabo de cumplir 35 tacos) resulta tan sorprendente para algún que otro fulano. Ahora permitid que me retire unos días a disfrutar de mis retoños, prometo regresar con aires renovados, sé que este blog va a perder parte de su personalidad, no sé si de manera definitiva, pero es obvio que mi tiempo se va a ver drásticamente reducido y que no podré extenderme como habitúo en la redacción de las entradas. En cierta manera esta bitácora también es un ser vivo, así que iremos viendo cómo evoluciona, y en función de vuestras reacciones y de mi estado de ánimo veremos adónde nos conduce. Hasta entonces os dejo con esta magnífica canción de Bart Davenport que comparte título (o más bien nombre) con una personita que acaba de regalarnos toneladas de felicidad. Gracias.